miércoles, 14 de octubre de 2009

1 Teatro hiperbreve 17. El lobo escenario

Desde hace cinco años sucede siempre lo mismo, practicamente sin variaciones. Me voy a Asturias el puente del Pilar y al volver, justo el último día agarro un trancazo descomunal que me deja baldado unos días. Esta vez, afortunadamente no ha sido una bronquitis, sino un catarrazo estupendo que yo sé muy bien quién me lo ha pasado, ya que se tarda un par de días en gestarlo, y la persona en cuestión, que la verdad es muy maja y la quiero mucho, no por ello cuando tose lo hace a bocajarro, sin miramientos, sin poner barreras -quiza un pañuelo, la mano, girar el rostro.

A consecuencia ayer no pude dar clase, y menos mal que el bueno de Antonio Rómar, que es un santo varón, me auxilió con la elegancia y presteza que le son habituales y en las que me enorgullezco ser su amigo. Gracias.

Ahora, aprovechando que van a dar las ocho y me toca otro sobrecito de Algidol recuerdo que casi me olvido de poner la obrilla de los miércoles. Así pues allá va. Besos metafóricos a todos.


17. El lobo escenario
Para Antonio Rómar y Jesús Cuesta

La persona

Se hace la luz y muestra un escenario vacío. Se escuchan voces de una persona que juega con un perro, aunque en ningún momento el perro saldrá a escena. Juega la persona a lanzarle cosas al animal, que jadea, contento. La persona también jadea. Dice frases como “Toma, bonito”, “Venga”, “Muy bien, muy bien”, “Vamos” y toda suerte de expresiones parecidas. En un momento determinado un filete de grandes dimensiones vuela y cae al escenario. La persona sale a escena, pide disculpas al público, echándole la culpa al perro, recoge el filete de manera que se vean claramente sus dimensiones extraordinarias, y vuelve a marcharse. Se repiten la misma suerte de jadeos y voces hasta que, volando, aterriza en escena estrepitosamente un hueso gigantesco. La persona vuelve a salir, pide disculpas, recoge el hueso y vuelve a marcharse. Siguen los juegos a los que ya nos tienen acostumbrados. Aparece en escena, rebotando con parsimonia, una pelota hinchable muy grande, tan enorme que, la persona cuando vuelva a escena e intente cogerla, no pueda. Al final resolverá quitarle el tapón y deshincharla. Al salir de escena se vuelven a escuchar los jadeos, pero sólo de la persona, que insiste a que el animal le obedezca. De repente sonará un rugido terrible, estremecedor, lovecraftiano seguido de un silencio intensísimo. Oscuridad.

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